En la menor

Quizá toda la verdad sea reductible a la intersección de dos líneas: la elevación a través de la creación, de los sentimientos, sobrevolando aquel suelo firme, tangible, materia y el desplazamiento por el conjunto de todo lo que ha formado el universo sin la intervención del hombre, una suerte de principio o fuerza cósmica que se supone rige y ordena todas las cosas, la innata forma en que crecen las plantas y los animales.

Ahí, en la parte del plano entre las dos semirrectas que tienen el mismo vértice, está el hombre. “No todo está perdido”, le había dicho el maestro despertándola de una suerte de ensoñación en la que ella estaba sumida mientras dormía plácidamente en el “chaise longe” del estudio cubierta con una pieza rectangular de satén rojo.

Fue entonces cuando ella decidió bosquejar aquellas líneas horizontales y verticales formando  una retícula y  a la bailarina desplazándose por esa suerte de andamio plano mezcla de niña romántica e ingenua pero la bailarina se había congelado porque componer una bella figura no venía dado como por arte de magia.

Se puso a caminar como las bailarinas, pensando que el cielo le tocaba el pelo, despreocupándose de los brazos que caían grácilmente y se movían por sí mismos, se desplazaba por la barra de equilibrio, los pies iban por una línea haciendo un “ocho”.

Y dibujándole un movimiento de trazos mentirosos en los confines de transparentes muros que iban del claro al oscuro y dejando que el pincel rozara la cartulina, corriéndose la pintura por el papel humedecido, con toques finales certeros para no saturar la obra, creó una criatura única e irrepetible.

Quizá; después de todo sí se podría dibujar en la oscuridad- pensó con los ojos cerrados mientras veía una suerte de armonía en la posición de los puntos de colores similares los  unos respecto de los otros y cayendo en la cuenta de que finalmente acababa de definir su estilo: abstracto.

Sostenida de aquella salvadora columna jónica, habiendo finalmente podido asimilar la resignación de tu letal ausencia, me conformaba hablándote con los dedos  a través del movimiento minuciosamente sincronizado que oscilaba entre el acorde de mi bemol mayor, do mi bemol sol y la ascensión al fa mayor, corriendo carreras entre corcheas y semifusas y respirando el silencio de negra.

Hasta el no tan lejano día en que de pronto y sin previo aviso, como cayendo del cielo rosa violáceo crepuscular, como un la menor descolgándose por un enajenante descenso por semitonos, apareciste dejándome inmovilizada con la duda de si serías un reflejo en la noche o el augurio de la tan esperada unión o en el mar o en el río, qué más da.

Anna Donner Rybak © 2012
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