Por qué.


¿Por qué los nietos? ¿Por qué los abuelos? Los hijos están muertos. Un puente roto, quizá sobre aguas turbulentas, más bien por una explosión. ¡No hay paso! – grita la mujer ya sin poder frenar y cae al fondo del río. Caen mujeres desde aviones. (También hombres) Caen con bloques de hormigón en los pies. Los arrojan impúdicamente, celebran la muerte con esas botas inmundas. Aquellos jóvenes militantes llenos de ideales, quizá una pintada, quizá una volanteada, ¿qué más da? Vestidos con pantalones Oxford, sentados alrededor de una fogata en la playa cantando detrás de una guitarra camuflada con el oleaje para que el “la entrañable transparencia de tu querida presencia comandante Che Guevara” no los delatara. ¿Por qué los nietos? ¿Por qué los abuelos? Los hijos están muertos, generación puente desaparecida.

Anna Donner Rybak © 2015

Libertad


Impregnándome de ti sublime fragancia codiciada olímpica medalla de los faltos de valor pusilánimes administrando como única sustancia la materia anhelando hacerse tus dueños con monedas  camino erguida  mirándolos desde la cima la pasan dilucidando a quién estoy sujeta incapaces de descifrar  que no soy prisionera ni subordinada en la noche oscura me hago cargo, libertad.

Anna Donner Rybak © 2012   

Examen


Como la duración de las cosas sujetas a cambio o como los seres que tienen una existencia finita y con la incertidumbre de si aquel llamado sucedería después de salir el sufriente de turno  del tenebroso salón en que estaba siendo juzgado su grado de suficiencia o por el contrario el tribunal se tomaría una pausa de quien sabe cuánto ella aguardaba el tener que probar a todos aquellos soberbios eruditos su idoneidad para la profesión, inquieta, incapaz de permanecer en reposo, un tanto exaltada, un tanto desasosegada, mientras se probaba su facultad para recordar las imágenes de aquellas construcciones que se le habían mudado a la memoria durante las jornadas del estío mientras la madre le preparaba el café a la Viena y ella iba devorando la Biblia de la historia de la arquitectura moderna de Leonardo Benévolo, aquella obra científica de tan magna extensión como para conformar un volumen gordo y corpulento de costosa manipulación considerado imprescindible para cualquier estudiante que debiera de ahondar en la evolución de los diversos movimientos y tendencias y de la influencia de los hitos trascendentales como el desarrollo de la industria, los cambios socioeconómicos y las transformaciones políticas que habrían influido en la historia de la arquitectura, la “ville Saboye” descansaba sobre pilotes y Le Corbusier  había trazado Montevideo en terrazas a la ladera de  la Cuchilla Grande.  

Entonces dirigías tus pasos hacia la esquina de 18 de julio y Yaguarón e ingresabas en el edificio inaugurado en vida de Don José Batlle y Ordóñez, sede del diario para el que trabajabas, que pudo generar una cultura de masas a través de la prensa escrita transformándose en el habitual compañero del domingo de los sectores populares urbanos e incluso a veces escuchabas la fuerte sirena que indicaba tanto fiestas como tragedias para quizá luego ir andando presuroso en dirección a la plaza Independencia con el cometido de llegar a tiempo para ocupar el lugar en la platea que habías reservado para la función de aquella ópera recién estrenada.

Te espero en la puerta de “Maroñas” con el ansia de una colegiala enamorada para caminar contigo la única cuadra que nos separa de la Fuente de los Candados y así sellar nuestra unión ya sea en la tercera o primera entidad.

Anna Donner Rybak ©2012

Protocolo


Como obedeciendo una suerte de ceremonial, como si estuvieras en cierto acto, como si veneraras a un memorable o insigne o distinguido contemplabas aquella obra construida dentro de un marco clasicista con líneas arquitectónicas dignas del renacimiento italiano, atraído quizá por la suntuosidad de los mármoles, la yesería de los frisos, los cielorrasos y las paredes o quizá por la leyenda de la existencia de secretos pasadizos y escapes misteriosos.

Con esas imágenes del pasado persistiendo en tu memoria, aunque muñidas del ferviente anhelo de refutar aquella leyenda y de dejar todo el asunto en el olvido, contemplabas aquella reliquia, un  pequeño trozo de paño con las dimensiones del lienzo mayor con el que se cubre la mesa del altar, bordado con las iniciales “M.S.” que venía a traerte a la memoria a Maximito, el hijo, el que vivía en la misma cuadra de tus abuelos, el que después vivió en la casa de tus abuelos, en aquella otrora zona de residencias temporarias en que escucharas el viento soplando en las arboledas, zona otrora de inmigrantes con cultura de tierra, zona otrora de vides y chacras, zona de tierras situadas entre el Pantanoso y Las Piedras,  el de la Plata y el Santa Lucía, tierras y ganados que pertenecieran al patrimonio real luego de la fundación de Montevideo, repartidas a trece familias del primer contingente de canarios y nueve familias del segundo, zona que ostentara del privilegio de inaugurar el primer ferrocarril que circuló en el Uruguay, su estación local constituida en una casilla de madera con el letrero de “Pantanoso”, designación que tan solo meses después fuera cambiada por la de Colón, habiendo sido trazado el primer plano de aquella villa en la segunda mitad del siglo XIX, habiendo arreglado avenidas, calles, la plaza y habiendo culminado con la construcción de los portones de acceso.

Contemplabas extasiado el alhajero de la mujer de Santos y te ibas a pensar, iluminado por la luz del patio de la fuente en tu bisabuelo, que te miraba desde aquella pintura de Blanes, en aquella explosión que había conmovido a toda la población montevideana por las trágicas proyecciones que había tenido, en la que él había arriesgado la vida para salvar la de los soldados heridos, caídos bajo los escombros al producirse el derrumbe parcial, con el afán  de Santos probarle su error por haberse consentido la insolencia de asegurarle que la fortaleza podía considerarse poco menos que inexpugnable.

Sumido en tus pensamientos estabas cuando la viste entrar en el Ministerio de Relaciones Exteriores, niña vestida de ejecutiva con la pollera que le había prestado la madre, contratada para escribir con letra manuscrita el nombre de cada uno de los invitados a la recepción de bienvenida del Secretario General de las Naciones Unidas a la República Oriental del Uruguay, primeriza en aquellos asuntos de protocolo le había preguntado a la madre, casi con horror, cómo era eso de que mientras había gente durmiendo en la calle existieran aquellas tonterías en las que se gastaran montañas de dinero, asuntos tan frívolos como  superfluos como la organización de las diversas escoltas del Secretario esbozadas en cuadernos enteros con esquemas acerca del orden de cada una de las comitivas que rodearía el eximio y negro vehículo del ilustrísimo visitante, la ubicación de las motos y otros automóviles que lo circuncidarían,  las miles de llamadas para decidir la tela de los manteles, el vestido de las mesas, la confirmación de asistencia de políticos, ministros, y hasta el mismísimo presidente de la República, el crápula futuro padre de la Ley de Caducidad.

Resultaba más relevante  la indicación de la dieta “Scardale” del Canciller en todos los menúes oficiales, un asunto de vida o muerte, cuando al fondo del río o en el rincón de algún batallón del ejército, disfrazaban a la muerte de dilema.

Anna Donner Rybak © 2012

La espera


Era cuando plasmabas quizá una imagen o una idea y la producías como representando una obra teatral reproduciendo todo aquello que veías, como ejercitando ciertos músculos para fomentar tu desarrollo, disponiendo, transformando, convirtiendo, obrando, actuando, procediendo, ejecutando con instrumentos de dibujo aquello que ibas copiando producto de lo que visualizabas sentada en el muro de la rambla de Pocitos o en las riberas del Miguelete, allí donde los árboles habían perdido sus hojas producto de la estación donde las horas de luz se debilitaban, acortaban o disminuían, acaso sometidas a los caprichos del astro rey era que ellas devenían en rojo, marrón o amarillo antes de caer de los frondosos árboles próximos al arroyo y al monumento que homenajeaba a los charrúas.

Entonces creías sería posible proyectar futuras urbanizaciones sin avizorar siquiera el tan vano resultado de proyectar utópicos barrios modernos en aquel pueblo caído del mundo,  aquellas otrora primeras construcciones edilicias en la ribera  del río Santa Lucía, en aquel entonces paso conocido como “La Barra” luego devenidas en un núcleo poblacional incrementado de familias asturianas y gallegas que en el siglo XIX cruzaban el río en la balsa que tanto cargaba hombres como vacas después de que el titular de “Empresa del Ferrocarril y Tranvía del Norte” hubiera ganado una licitación para instalar allí los corrales para el abasto del ganado y por decreto rebautizado “Santiago Vázquez” en los albores del siglo XX.

Entonces sabías, quizá aferrada al poder sobrenatural inevitable e ineludible que guía la vida humana, mientras tenías el casette pronto con el “rec” y el “play”, oscilando entre CX 32  y CX 50 con la secreta esperanza de que Rupenian o Mullins pasaran “Roxanne You don't have to put on the red lightque ya lo esperabas.

Anna Donner Rybak © 2012

En la menor

Quizá toda la verdad sea reductible a la intersección de dos líneas: la elevación a través de la creación, de los sentimientos, sobrevolando aquel suelo firme, tangible, materia y el desplazamiento por el conjunto de todo lo que ha formado el universo sin la intervención del hombre, una suerte de principio o fuerza cósmica que se supone rige y ordena todas las cosas, la innata forma en que crecen las plantas y los animales.

Ahí, en la parte del plano entre las dos semirrectas que tienen el mismo vértice, está el hombre. “No todo está perdido”, le había dicho el maestro despertándola de una suerte de ensoñación en la que ella estaba sumida mientras dormía plácidamente en el “chaise longe” del estudio cubierta con una pieza rectangular de satén rojo.

Fue entonces cuando ella decidió bosquejar aquellas líneas horizontales y verticales formando  una retícula y  a la bailarina desplazándose por esa suerte de andamio plano mezcla de niña romántica e ingenua pero la bailarina se había congelado porque componer una bella figura no venía dado como por arte de magia.

Se puso a caminar como las bailarinas, pensando que el cielo le tocaba el pelo, despreocupándose de los brazos que caían grácilmente y se movían por sí mismos, se desplazaba por la barra de equilibrio, los pies iban por una línea haciendo un “ocho”.

Y dibujándole un movimiento de trazos mentirosos en los confines de transparentes muros que iban del claro al oscuro y dejando que el pincel rozara la cartulina, corriéndose la pintura por el papel humedecido, con toques finales certeros para no saturar la obra, creó una criatura única e irrepetible.

Quizá; después de todo sí se podría dibujar en la oscuridad- pensó con los ojos cerrados mientras veía una suerte de armonía en la posición de los puntos de colores similares los  unos respecto de los otros y cayendo en la cuenta de que finalmente acababa de definir su estilo: abstracto.

Sostenida de aquella salvadora columna jónica, habiendo finalmente podido asimilar la resignación de tu letal ausencia, me conformaba hablándote con los dedos  a través del movimiento minuciosamente sincronizado que oscilaba entre el acorde de mi bemol mayor, do mi bemol sol y la ascensión al fa mayor, corriendo carreras entre corcheas y semifusas y respirando el silencio de negra.

Hasta el no tan lejano día en que de pronto y sin previo aviso, como cayendo del cielo rosa violáceo crepuscular, como un la menor descolgándose por un enajenante descenso por semitonos, apareciste dejándome inmovilizada con la duda de si serías un reflejo en la noche o el augurio de la tan esperada unión o en el mar o en el río, qué más da.

Anna Donner Rybak © 2012

La ira del pájaro

Dicen que las aves de rapiña merodean estos pagos.
El águila rasante nos sobrevolaba siguiendo su línea, inalterada.
(Dicen que si no se sienten atacadas; no atacan. Como todos)

De pronto nos revoloteron gaviotas furiosas.
Volaban dibujando rápidamente círculos de radio corto.
Se nos acercaban exaltadas dando vueltas.
Atacarían en cualquier momento, estábamos a su merced.
¿Quién dijo que las gaviotas no son salvajes?
Pero se alejaron.
Temblando, nos dimos cuenta de que seguíamos vivos.
¿Qué podría haber provocado la ira de una gaviota?
Pasamos muy cerca de los pichones.

¿Es un águila?
Nunca había visto águilas en la playas.
(Gaviotas, pero no águilas).
Es solo un hombre que remonta una cometa con forma de pajarraco.

Anna Donner Rybak © 2012

Eureka

Ayer me coronaron de oro
y un retrato recortado de la página amarillenta
de quién sabe de qué periódico se mecía en el agua.
No podía escapar  la luz de la singularidad que lo envolvía
Eureka; el agua danzaba.
¿Eras vos o un horizonte de sucesos?

Anna Donner Rybak © 2012

Máscaras


Pegadas en  la heladera minerales de hierro magnético
letras hechiceras acercan y retienen cuerpos.

Reflejada la luz solar
la máquina ejecuta actos
sin la participación voluntaria.

El orden va sucediéndose
en la fila de aspirantes
del papel de la “a” de un poema.

¿Enfermedad es el deseo impedido?
Soñé con jueces irreverentes y hogueras fatuas.

No es verificable
que el poder de las conjeturas del hombre
aniquile a la pasión.

El olvido poco esfuerzo requiere.
El recuerdo insiste,
imposible es la Tierra, flotemos el Mar Muerto.

Gestores del mundo plano insisten en el principio y en el fin.
Impiden se note un pasado que pasó, un  pasado que vendrá;
déspotas tiranos.  

Madre Naturaleza, legisladora del universo.
Calles atestadas de panfletos tapizan la ciudad con tu bandera.

Te quiero vivo, ellos matan con armas.
Incapaces de crear caerán todos al unísono.  

Tu piel sabe salada.
Una copa de “irish-cream”, que tus labios sepan dulces.
Ha llegado la  hora de quitar las máscaras.

Anna Donner Rybak ©2012
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