Era cuando plasmabas quizá una imagen o una idea y la
producías como representando una obra teatral reproduciendo todo aquello que
veías, como ejercitando ciertos músculos para fomentar tu desarrollo,
disponiendo, transformando, convirtiendo, obrando, actuando, procediendo,
ejecutando con instrumentos de dibujo aquello que ibas copiando producto de lo
que visualizabas sentada en el muro de la rambla de Pocitos o en las riberas
del Miguelete, allí donde los árboles habían perdido sus hojas producto de la
estación donde las horas de luz se debilitaban, acortaban o disminuían, acaso
sometidas a los caprichos del astro rey era que ellas devenían en rojo, marrón
o amarillo antes de caer de los frondosos árboles próximos al arroyo y al
monumento que homenajeaba a los charrúas.
Entonces creías sería posible proyectar futuras
urbanizaciones sin avizorar siquiera el tan vano resultado de proyectar utópicos
barrios modernos en aquel pueblo caído del mundo, aquellas otrora primeras construcciones
edilicias en la ribera del río Santa
Lucía, en aquel entonces paso conocido como “La Barra” luego devenidas en un núcleo poblacional incrementado de
familias asturianas y gallegas que en el siglo XIX cruzaban el río en la balsa
que tanto cargaba hombres como vacas después de que el titular de “Empresa del Ferrocarril y Tranvía del Norte”
hubiera ganado una licitación para instalar allí los corrales para el abasto
del ganado y por decreto rebautizado “Santiago
Vázquez” en los albores del siglo XX.
Entonces sabías, quizá aferrada al poder sobrenatural
inevitable e ineludible que guía la vida humana, mientras tenías el casette
pronto con el “rec” y el “play”, oscilando entre CX 32 y CX 50 con la secreta esperanza de que
Rupenian o Mullins pasaran “Roxanne You don't have to put on the red light” que ya lo esperabas.
Anna Donner Rybak © 2012